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 Una serpiente comenzó a perseguir incansablemente a una luciérnaga. La luciérnaga, ágil y veloz, huía de su feroz perseguidora, pero la serpiente no desistía en su empeño. Durante días, la escena se repitió: la luciérnaga escapando y la serpiente siguiéndola sin tregua.

Al tercer día, exhausta y sin fuerzas, la luciérnaga decidió enfrentar a su cazadora y le planteó una pregunta:

¿Puedo hacerte tres preguntas?
La serpiente, sorprendida por la petición, pero segura de su próxima victoria, accedió:

No suelo conceder esto a nadie, pero como te voy a devorar, adelante, pregunta.
La luciérnaga, con voz temblorosa, preguntó:

¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
La serpiente respondió con un tono de indiferencia:

No.

La luciérnaga continuó:

¿Te he causado algún daño?
Nuevamente, la serpiente negó con desdén:

No.

Con un hilo de voz, la luciérnaga formuló su última pregunta:

Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo?

La serpiente, con una mirada fría y despiadada, reveló su verdadera motivación:

¡Porque no soporto verte brillar!